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La biblioteca de la cárcel

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  A quienes se gradúan este año de Periodismo  Por: Lisbeth Moya González  Leo tiene cuarenta años. Desde que lo vi por primera vez supe que había estado preso. Dicen que los reos pierden el sentido de lo femenino. Los tatuajes de sus brazos parecen hombres fuertes disfrazados de mujeres, con mandíbulas masculinas y nuez de Adán. Tatuajes desteñidos que hablan de dolor y falta de maestría en el trazo, de rústicas tintas y agujas improvisadas.  Leo no quiere volver a caer preso y le cuesta, le cuesta mucho inventar para vivir, porque además de la crisis económica, no muchos quieren a un exconvicto trabajando a su lado. Perdió quince años en centros penitenciarios y aún no sé por qué, ni le voy a preguntar, no sería justo. Solo sé que no tuvo madre, ni padre, que no terminó la escuela, porque lo echaban a patadas de todos lados y que ahora quiere vivir.  Hoy Leo me pidió un libro: la primera parte de "El diablo ilustrado" de Fidelito Díaz Castro . Un texto que descubrí en mi