“Mansión Oriental”: del hotel al solar (Segunda Parte)

Crónica de un solar en Marianao o el derecho a molestar al prójimo. 
Por: Lisbeth Moya González

Reja de entrada de "La Mansión Oriental"
 
La “Mansión Oriental” se despierta empolvada, llena de humedades y grietas cambiantes. Esquinas repletas de trastos que a ratos recuerdan la elegancia de antaño. Paredes llenas de carteles como recordatorio de los amores, fracasos y credos de sus habitantes: “no sé perdonar”; “Si te molesta lo que yo tengo, trabaja”. Huecos disimulados con cualquier trozo de algo. Cables colgando. Tendederas improvisadas en los pasillos. 

Pared del pasillo central interior


Ventana de una de las casas
 con vista al pasillo lateral

Tendedera común de los cuartos
del segundo piso

Este hotel centenario, enclavado en el sur del barrio Los Quemados, del municipio habanero Marianao, es un solar en toda la extensión del concepto. Un espacio dividido cientos de veces en pedacitos, cuartitos remodelados para ganarle unos metros a este y aquel pasillo. Fronteras delimitadas en broncas de chancleta en mano y hasta jueces de por medio. 

Pórtico de entrada a  "La Mansión Oriental

Portal principal 

Parte trasera del pasillo principal 

Un fragmento de sociedad concentrada en unos metros, en que la intimidad se percibe como hostil. La dinámica de vida en colectivo, involucra a todos en los problemas del otro. “Nos sabemos hasta el color de los blúmeres y los calzoncillos rotos de los demás”: frase de bienvenida de la típica vecina “curiosa”. 

Pasillo principal

Isabel tiene 86 años. Vive sola con sus gatos, porque su hija se fue para otro país. Casi todas las tardes me trae café o algún dulce recién hecho. A Isabel le gusta leer novelas y yo le presto libros. Lee vorazmente y procede al intercambio: dulces y café, por novelas con comentarios literarios incluidos. Isa es la habitante más antigua de “La Mansión”.  Era una inquilina más en 1960, junto a su esposo y cuando se aplicó la Ley de Reforma Urbana, terminó quedándose donde estaba. 
Pasillo trasero 


En octubre de 1960 se aprobó en Cuba, la ley que hacía a los inquilinos, dueños del espacio que habitaban.  Los empleados y huéspedes de “La Mansión”, ya en 1965, tenían en sus manos la propiedad de sus cuartos. Aquí nació y creció la hija de Isabel. En unos quince metros cuadrados, sin cocina, ni baño, porque “La Mansión Oriental” era un hotel en el que los huéspedes podían comer por solo un peso cubano al día y el espacio sanitario, lavaderos y tendederas de ropa eran compartidos. El cuartico de Isabel no era mucho, pero sí un lugar propio: su sueño en aquel momento.  En los primeros años de convivencia, todo se mantuvo en orden porque se creó un Consejo de Vecinos que se encargaba de mantener la limpieza, pero con el paso de tiempo, el antiguo hotel quedó en manos de la desidia. 

Una de las escaleras al segundo piso y la fachada de una de las viviendas anexadas por los habitantes a la estructura original para aumentar el espacio de sus cuartos

“Había un juego de comedor antiguo que terminó siendo el lugar donde lavaban las vecinas su ropa -cuenta Isabel-. Las vitrinas llenas de copas y vidriería fueron del primero que las agarró. Las áreas comunes se cerraban cada vez más, a voluntad de los vecinos para ampliar sus casas, o sencillamente para tener un espacio donde tender. La gente arrancaba los pedazos de lo que más le interesaba y a nadie le importaba”

Vivienda anexada y patio que solía ser un área común de recreo del hotel

“En algún momento se rompió la tubería de agua y solo servía la llave del patio. Hacíamos colas inmensas que terminaban en peleas para llenar los cubos. Los baños y el lavadero eran comunes. Al principio teníamos una persona que se encargaba de limpiar el edificio, pero a medida que todo se fue volviendo privado, ya no hizo falta. Había turnos para todo: el baño y el día de lavar. Afortunadamente, el Estado arregló después la tubería, las ventanas y la mayoría de las casas, pero eso fue hace más de treinta años, desde ese momento las cosas han seguido destruyéndose”. 

Instalaciones hidráulicas exteriores

Interiores de la casa original que actualmente son el espacio más dañado

Instalaciones hidráulicas en los interiores 

Una de las tantas ventanas en mal estado 

Mitos  y personajes

Habitante de  "La Mansión Oriental"  saliendo por la puerta de entrada

La historia de este lugar, no podría contarse sin mencionar a las personas que todos recuerdan, las tragedias, dramas y roces que caracterizan a cualquier espacio en que la vida se comparte. Isabel se inclina hacia adelante en el sillón y casi murmura porque “no le gusta hablar de nadie” y “el chisme no es lo suyo” y “qué van a pensar los vecinos, si la oyen”: 
“Recuerdo a Sonia La Flaca, una vecina que nos hacía la vida imposible a todos con sus escándalos, aunque no decía malas palabras y escucharla maldecir era muy gracioso. Los muchachos decidieron vengarse y le hicieron de todo, desde esconderle el orinal que ella colgaba en una mata de limón, hasta ponerle una supuesta brujería en la puerta, que era un coco seco con maíz y un pollito muerto”. 

"Brujería"
 
“Vicenta, la gallega que antes del triunfo de la revolución administraba el hotel, me contó que uno de los momentos más terribles de este lugar fue cuando se abrió el Castillo del Príncipe para liberar a los presos. Algunos estaban allí no solo por temas políticos, sino también por asesinatos y todo tipo de crímenes. Yo aún no vivía aquí, pero encima de la que ahora es mi casa, se alquiló un hombre que parecía buena gente. Solo lo visitaba una muchacha muy linda, que decían que era su hermana. Un día, el hombre desapareció y cuando forzaron la puerta para entrar, encontraron a la muchacha asesinada. Ese crimen salió hasta en una de las revistas Bohemia de 1958”. 

Una de las casas del interior de "La Mansión"

“El hombre resultó ser uno de los presos indultados. Supongo que la policía lo haya encontrado, pero aquí no supieron nada más de su paradero. Muchos años después, se mudó para la casa de al lado de la mía una pareja. Yo pintaba uñas y la madre del nuevo vecino vino a arreglarse conmigo”.
“Aquella mujer tenía una cicatriz muy grande que le inmovilizaba la mano derecha y me contó que había sido la primera esposa del asesino que vivió arriba. El hombre estuvo preso por primera vez, porque intentó matarla mientras estaba embarazada de su hijo. El cuchillazo del abdomen le adelantó el parto, y el de la mano, le llevó los tendones. Afortunadamente, el niño salió bien. Como la vida es incierta, cuando el pequeño creció, terminó viviendo con su mujer en el mismo lugar en que su padre asesinó a quien no era su hermana, sino su amante”. 

Cumpleaños de los niños que vivían en 
 "La Mansión Oriental" a finales de la década de los 80 del pasado siglo

Ese tipo de historias violentas se han contado mil veces entre estas paredes. Adriana, una de mis vecinas, dice que además de la historia de Isabel, también hubo una enfermera descuartizada y un niño que murió en este lugar: “Los niños que juegan en el pasillo central me han dicho que la enfermera los persigue. Para que nos deje tranquilos y quede su alma en paz, le hemos hecho hasta una misa espiritual”.  

Cumpleaños en el portal de  "La Mansión Oriental", años 90. La piñata es una creación de Adriana, vecina del lugar y está rellena de caramelos, a pesar de la escasez económica de ese periodo

Adriana es otra de las mujeres solas, que como Isabel, habitan este lugar. Una persona admirable que supo criar a su hijo como madre soltera en medio del Periodo Especial: la mayor crisis económica de la Cuba socialista. “Fue más que duro para los que desde antes no tenían mucho, porque los que vivían aquí siempre fueron personas muy pobres”. 
“En el Periodo Especial, menos meterme a puta y hacer tortilla, yo hice de todo -cuenta Adriana-  pero a mi hijo no le faltó nunca qué comer. Los vecinos me daban los restos de pollo que les sobraban: pellejo y huesos, para que yo hiciese croquetas y con eso nos alimentábamos, y hasta vendía para sobrevivir”. 

Reinier, hijo de Adriana junto a Yaíma, vecina, en el patio de  "La Mansión Oriental", espacio que actualmente está  ocupado por otras casas

El dulce de melón es otra de las especialidades de Adriana: una receta que nunca había probado y que puede sorprender. Cuando me lo ofreció, pensé que era de frutabomba y resultó estar hecho con la parte blanca del melón que por dentro está pegada a la cáscara y nadie se come. Porque “en este pasillo todo se aprovecha y la necesidad hace parir hijos machos" -insiste-.

Adriana enseñando a caminar a su hijo
 en el balcón del segundo piso

Cuando Adriana fue a Venezuela a trabajar como epidemióloga, trajo consigo la costumbre de comer semillas de calabaza tostadas. “Y la mayonesa la hago con arroz, porque el aceite está perdido”. A ella no le gusta hablar de la escasez. Siente que detenerse en las partes oscuras de la realidad es ser ingrato con el proceso socialista cubano que “me dio todas las oportunidades para estudiar y hasta me llevó a trabajar al extranjero. Si el Comandante [Fidel Castro] no hubiera triunfado, yo fuera una guajirita viviendo en Zulueta”, dice acordándose del pueblo campesino donde nació. 
Pero aunque en La Mansión no vive ningún burgués, el socialismo no es una ideología predominante. Cuando este 1ro. de Mayo en medio del confinamiento, desde mi “habitación de hotel” pusimos a todo volumen La Internacional, más de una cara se arrugó.  Y es que las duras condiciones en que se subsiste, la falta de concientización y en buena medida el estilo de vida individualista del lumpen, hace que la mayoría de quienes viven aquí, no tengan el corazón muy a la izquierda. 

Pasillo trasero de  "La Mansión Oriental" donde se pueden ver las plantas de Adriana 

Cuando me mudé a “La Mansión Oriental”, Adriana me dio unas clases magistrales de cómo administrar el espacio, ideas de camas, sillas y mesas plegables, estantes elevados y ropa doblada. El espacio aquí es un problema. En Tokio está muy de moda vivir en un loft pero esto, ni de lejos, es Japón. Vivimos todos comprimidos. Pero en los pocos metros que corresponden a cada uno, mujeres como Isabel se las ingenian para criar cuatro gatos y otras como Adriana, levantan tendederas de hierro para colgar las plantas más diversas. 

Entrada del pasillo trasero. La casa de la autora ( primera casa)

Uno puede llegar a odiar estas casas viejas en la que todo decide romperse junto: la cama, el sistema eléctrico, el agua que no llega, la grieta en la pared... pero siempre hay un alguien como Leandro, el vecino del final del pasillo, que viene y te arregla lo que se rompe o te advierte cuando “está la cosa mala” o están vendiendo picadillo de pollo “por la izquierda”. El mismo vecino que ahora pone reggaetón a todo volumen. Pero qué vas a hacer, aquí todos nos debemos una y nos reservamos el derecho a molestar al prójimo. 

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