"Las niñas guajiras tienen que ser de hierro…"

 
Testimonio de una campesina cubana que se graduó de la universidad

 Por: Lisbeth Moya González

Tengo 53  años. Nací en un campo muy intrincado, en el medio de la nada. Mi casa estaba en una quilla entre los ríos Zaza y Caonao. Yo podía jugar en Remedios, Placetas o Cabaiguán, en dependencia de sí corría un poco más a la izquierda o a la derecha, porque la finca de mi familia marcaba las fronteras de esos tres municipios. Soy una guajira que se graduó de Licenciatura en Economía, en el año 1989. Gracias a esta revolución y a mi comandante Fidel, soy una profesional.

Foto tomada de la revista
Bohemia 

En la universidad viví muchos cambios de la economía cubana. Comenzamos con libros de texto y asignaturas que copiaban el modelo de la URSS en su totalidad. La asignatura de Planificación sobre todo. Nos dieron cuatro semestres de idioma ruso, muy complicados para mí. Hasta Economía Política en ruso y sin base ninguna, porque en el Preuniversitario solo recibí Inglés. Por culpa del idioma ruso casi no me gradúo, fueron noches de estudio. Eso mi cerebro lo borró casi completo. Solo recuerdo palabras como “Da” y “Koniek”. 

Tomado de issuu.com

Ya en 1988 andaba por ahí la Perestroika. Cuando estaba en 4to año, comenzó el cambio en los objetivos de estudio y todo quedó atrás. Aún no se caía el muro de Berlín, pero en la Facultad de Economía de la Universidad Central de las Villas ya se imaginaban lo que venía. Nosotros, los que sufrimos el ruso, cantamos victoria en el fondo, pero la cosa se puso peor porque tuvimos que formatearnos el cerebro y aquellos manuales ya no tenían la verdad.
Las clases eran casi totalmente prácticas, para tratar de encontrar una salida a los problemas del momento. Allí estábamos todos, sin graduarnos y especulando qué podía hacer Cuba para sobrevivir a la crisis que se le venía encima, y uno hablando todavía de Nikitín, Konstantínov y Afanásiev, y el profesor que te decía piensa en cómo producir comida. Con el Periodo Especial  todo  se acabó. En la cafetería no había nada y en el comedor muy poco. Mucha harina de poliéster con azúcar y unas bolas mágicas de no sé qué. 

Tomado de Pinterest

Yo no quería estudiar Economía. Mi aspiración siempre fue ser doctora. Desde doce grado pertenecí al pre-destacamento de Ciencias Médicas. Casi al final, realizaron una depuración y quedé dentro de los 17 aspirantes a la carrera, pero existían diferencias en los escalafones según el sexo y las provincias. Los que pertenecían a  Santi Spíritus, tanto hembras como varones, cogieron la carrera con 89 puntos de promedio, porque en ese año crearon la sede de Ciencias Médicas en esa provincia. Los varones de Villa Clara con 90 puntos y las hembras con 96. Yo solo tenía 95, por eso me quedé fuera. 
Sufrí mucho cuando me tocó Licenciatura en Economía. Eso fue en 1984,  en pleno auge de la  colaboración de la  URSS con Cuba y el CAME. Esa carrera estaba muy deteriorada y nadie le daba gran importancia, ni peso en la sociedad, porque en materia de economía no había mucho que pensar. Todo venía por "la canalita". Mi decepción fue muy grande, pero una vez que ejercí, hasta llegó a gustarme. 

Facultad de Ciencias económicas de la Universidad Central de las Villas
Tomada de uclv.edu.cu

Mi vida universitaria, a pesar de que no estudié la carrera que quise, fue uno de los mejores tiempos. Allí conocí la libertad y se me rompieron muchos prejuicios.  Cuando comencé eran dos grupos de Economía: uno de alumnos de Santa Clara y el otro de los municipios. En el mío  todos estábamos becados y las muchachas con novios y casadas, mientras yo estaba sola. El cuarto de la beca era prácticamente mixto, porque allí vivían todas con sus parejas, pero existía mucho respeto y amistad entre nosotros.
Tuve mi primer novio en segundo año de la carrera. Fue un hermano de una de mis compañeras. El muchacho tenía mucho interés y hasta visitó mi casa, pero mi temor a acercarme a un hombre era tanto, que no pude seguir con esa relación. Mis compañeras me ayudaron mucho a saber cómo era la vida y en tercer año conocí a alguien que me quiso mucho. Él cambió mi vida y logró hacerme feliz. Al terminar la universidad nos casamos, pero solo duramos juntos dos años más porque la vida era muy diferente. 

Tomada de IPS Agencia de Noticias


Finalmente, hice la tesis con una compañera de Encrucijada en los centrales de ese municipio. Me quedaba en su casa y viajaba los fines de semana en tren hasta Placetas, para intentar una vez al mes llegar hasta mi campo perdido. Siempre estaré agradecida de esas personas. Mi compañera y yo terminamos haciendo una investigación sobre la capacidad de las plantas de alimento animal, para elaborar productos alternativos y cubanos, como la saccharina, la miel- urea- bagacillo y otros inventos para alimentar a los animales en el Periodo Especial. 
En 1990 comencé mi vida laboral como economista en un central azucarero de Placetas. Mi mamá había vendido huevos y manteca de puerco desde que nací, y logró reunir para regalarme una casita después de la graduación. 

Tomada de Pinterest

Mi vida ha transcurrido cogiendo botella sin parar, por eso ahora no voy caminando a ninguna parte y prefiero la tranquilidad de mi casa. Para llegar al central, que estaba en las afueras del pueblo, tenía que montarme en lo que pudiera. Era una muchachita en aquel mundo de hombres cargando caña. Una niña pagando el sueldo de los macheteros y tractoristas. Cuadrando la contabilidad de la zafra. En el central aprendí más economía que en la universidad y encontré al padre de mi hija, mi actual esposo. 

Retrato de una niña que se fue de casa

Me sentaba al lado de mi papá todas las noches con una lámpara de petróleo y la nariz se nos ponía negra de tizne, pero aprendí a escribir, multiplicar y dividir.  Él siempre luchó para que yo estudiara. Era alfabetizador, aunque solo tenía noveno grado. Mi mamá era semianalfabeta, pero llegó a superarse mucho, porque desde que aprendió a leer no había libro que se le escapara. Heredé una colección de aventuras y misterio, que me salvó del aburrimiento y la soledad. 

Campaña de alfabetización en Cuba. Tomada de revolucioncubana.cip.cu

Los juguetes que tuve eran casi todos hechos por mi padre. Él quería tener un hijo varón y me hacía camioncitos, bueyes y carritos con pomos de vidrio. En esa etapa todo lo comprábamos por la libreta de abastecimiento. Era muy emocionante, porque le daban derecho a cada niño a comprar tres juguetes una vez al año. Esos eran mis reyes magos. 
En la bodega del batey rifaban el orden de compra. Así, el niño que sacaba el número 1 podía elegir el mejor juguete. Yo nunca saqué un número bajito, por eso mis juguetes eran feos y hasta de varón. Solo tuve una muñeca, el resto eran trompos grandes de colores y  trencitos.  Siempre quise un velocípedo y no me tocaba, pero mi papá le cambió una puerca parida por el juguete a un hombre que tenía cinco hijos y le había tocado el uno. Después me daba cargo de conciencia y pensaba en esos niños. El velocípedo no duró mucho, porque todos mis primos lo montaban en el fango del patio.  

Tomada de Pinterest 

Comencé la primaria en el año 1971. Mi escuelita era de guano y tablas de palma. Era una habitación de cinco por cuatro metros en que se impartía desde primero hasta quinto. Unos grados por la mañana y otros por la tarde, y a veces, hasta todos juntos, con unos niños de espalda a los otros. Cuando menos te lo esperabas tenías un tizazo o un borradorazo por donde te cogiera el maestro Armando, que daba clases a los más grandes y no toleraba las indisciplinas. Si nos portábamos mal, Armando  nos ponía de frente a la pared con piedrecitas o chapas de refresco en las rodillas. Era horrible. 

Tomado de elmundoestaloco.com

Mi jaba de llevar los libros era de saco de yute con recortes de tela que simulaban animalitos, flores o figuritas. No había diferencias porque eso era lo que teníamos los 10 o 12 alumnos. Los libros y libretas se forraban con papel de cartucho o periódicos, en el caso de los más privilegiados. No había que llevar merienda porque en la escuela nos daban galletas y refrescos. Lo único que comprábamos era durofrío a veinte centavos, en casa de Nildo, él único que tenía un refrigerador de petróleo en la zona.

Tomado de
 writingfornature.wordpress.com

En ese tiempo llovía mucho y los ríos crecían durante semanas enteras. Los que vivíamos del otro lado no podíamos ir a la escuela. Por eso, en tercer grado a mi papá se le ocurrió hacer una balsa de caña brava, unida a un cable amarrado de palma a palma en cada lado del río. Aquello era una locura, pero pude terminar la primaria. Para hacer el 6to grado me becaron. Yo tenía 10 años y no sabía nada de la vida, ni había salido casi del campo. Mi madre lloraba porque quería que no fuera a estudiar y me quedara en la casa, pero mi papá no lo permitió. 

Tomada de Pinterest

Pasé mucho trabajo porque no sabía hacer nada y la jefa de escuela era una hija de mamá y papá, que la tenía cogida conmigo. Solo me salía un poquito de la formación y me ponía puntos en la libreta de indisciplinas. Cuando llegaba a diez puntos me quedaba sin pase y estaba quince días sin ir a mi casa. Muchas veces, cuando llegaba de pase, el río había crecido. En ese momento se me caía el mundo y regresaba a la casa de una tía en Placetas a la que tengo que agradecerle mucho, porque me atendía y me lavaba la ropa. 

Tomada de Pinterest

Mi mamá siempre buscaba la forma de ir a verme y llevarme comida. Viajábamos en la guarandinga de un hombre que se llamaba Miguel y que los padres habían contratado, porque no había transporte que llegase hasta la zona. Solo el jeep de José Alberto, que montaba personas hasta en el capó. Para viajar había que levantarse a las tres de la mañana o caminar 20 km por terraplén. 
A mi mamá le agradezco la vida, porque iba a verme a pie si hacía falta. Hizo lo que pudo con mi educación. Era una mujer antigua y semianalfabeta, que cargaba con muchos tabúes. El extremo fue que cuando tuve mi primera menstruación, no supe qué hacer. Estaba en la escuela y me ponía la almohadilla doblada, por eso todo se me manchaba de sangre, y lloraba y no quería salir del albergue. A los tres días, ella fue a la escuela y me enseñó por primera vez cómo ponerla y asearme. Del tema hombres y sexo, ni hablar. Era un misterio. Les tenía terror y temía a salir embarazada solo de acercarme.

Tomada de Pinterest

El séptimo grado lo hice en otra escuela. Lo que más recuerdo de entonces son los cuarenta y cinco días de trabajo en el campo que tuvimos que pasar. El albergue era una casa de tabaco. Había una puerca parida con doce puerquitos que vivía con nosotras y el trabajo en el campo era muy duro. Nos ponían normas para la producción y pasábamos un frío muy grande. Yo tenía un radio Juvenil 80”, que era nuestra única diversión por las noches. 
Los grados octavo y noveno los pasé en una escuela donde existían bandas de muchachos que en las noches nos robaban y nos metían miedo, porque ya eran hombres y mujeres que habían repetido diferentes grados. Mi suerte eran dos primos mayores que estaban allí conmigo y me protegían. Siempre fui una estudiante destacada y  me recomendaron para miembro de la Unión de Jóvenes Comunistas con solo catorce años, en un momento en que a esa organización no entraba cualquiera. 

Tomada de Pinterest

En mi juventud, me enamoré de un profesor de Química, pero jamás dije nada por mis complejos. En esa etapa quería verme bonita aunque todos teníamos lo mismo, porque las cosas se compraban por cupones con la libreta de abastecimiento, pero mi mamá hizo lo imposible por buscarme buena ropa. Tenía pantalones de una tela elastizada de la URSS en todos los colores, blusas de encaje y shantung cristal muy calurosas, que eran el último grito de la moda.  

Tomada de Pinterest

Supe lo que había sufrido mi madre cuando tuve a mi hija. Mi vida ha sido dura, pero nada comparado con la de ella. Cuando cumplió los setenta años la traje a vivir conmigo y mi nueva familia, porque sufrió un infarto. Un día me dijo que a veces pensaba que yo era una extraña, y no es para menos. Desde los diez años me formó el estado, la revolución. Yo agradezco el sacrificio de mi madre y de este país, pero fue muy duro para mí. Las niñas guajiras tienen que ser de hierro para llegar a ser profesionales, o están condenadas a ser guajiras y nada más.

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