Tres poemas, tres historias

Por: Lisbeth Moya González



Hay historias que nos cambian la percepción de las cosas. Historias que se van sedimentando para hacernos lo que somos. Prestarles atención o no, puede decidir lo que seremos. Hay personas contando esas historias, viviéndolas. Tantas personas con tanto que decir y uno con tan poco tiempo y poca vocación de escuchar. Estas tres historias son parte de mi sedimento, tres elementos que tuve la suerte de engranar en mí. Tres personas inconexas, invisibles e ignoradas. Tres poemas, tres historias. 

Poema del barrendero


Los pájaros cuelgan como gotas negras de los árboles del parque.
Tú, descalzo y negro como ellos,
 barres el sudor de la ciudad
con esas yagas dignas 
que rasguñan el suelo. 
Los pájaros se van temprano
 llevándose la noche en las alas.
Tú te llevas el desorden de la gente que no te mira
y sonríes 
como si limpiaras el cuerpo de la amada
con esa perfección que solo logra la poesía. 
Eres poesía cuando llueve en el parque  
y los pájaros se refugian en el cabello de las mujeres. 
Fluyes descalzo puliendo el adoquín, 
desafiando la perfección del agua.
La gente se esconde, 
corre,
 se apura. 
Tú solo empujas la escoba.


El capitán descalzo


A mi padre

Tenía un solo par de zapatos y siete hermanos menores. Una mula y dos cantinas de leche. Jugaba a amanecer colina arriba, arrastrando a la bestia, para que sus hermanos fueran niños. El río confundía las piedras con sus pies, lavaba el barro de hijo descalzo y lo empujaba a la civilización. En la escuela había que andar con zapatos, aunque molestasen las heridas. ¡El capitán descalzo! -le gritaban- y él los golpeaba como golpea el río en las laderas empedradas del monte, con la fuerza del río en los puños. Le ardían los ojos cuando nadaba en la corriente y el agua se confundía con el agua, se llevaba todo, antes de devolverlo limpio al mundo. El niño nacía todos los días en el río, era niño unos instantes y volvía a venderlo todo, la leche y su niñez, antes de ponerse los zapatos. 

El lunes de los mendigos



La eternidad por fin comienza un lunes
                                              Eliseo Diego

I

Yo digo: la eternidad comienza
 en el punto en el que comienzo a contar
y un lunes en La Habana, 
puede ser un segundo bajo un árbol
o el momento en el que decido no contar más, 
porque el primer día de la luna lo inventó un hombre
de la misma estirpe del hombre que inventó La Biblia y el reloj. 
Un hombre con la panza llena, 
que pudo mirar a los astros. 

II

Yo pregunto: 
¿Qué distingue a un mendigo de un empresario?
¿el traje?
¿la voluntad de levantarse un lunes, 
temprano, 
a dirigir el tiempo de los otros?
¿el repartir o amasar las monedas?
¿el mendigar esas monedas?
¿el decidir qué parte de la fuerza vender hasta el próximo lunes?.

III

Sales a mendigar por tu familia
en cualquier ciudad.  
Es lunes en La Habana 
y comienzo a contar. 
Entregas al hombre de traje, 
Tu eternidad de lunes. 


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